Se quedaban discutiendo dónde pondrían el sofá. La hija que junto a la ventana y la madre que delante de la tele no, que solo servía para tener al inútil de su yerno plantado delante sin hacer nada. Ni siquiera me dijeron adiós. Estaba tan acostumbrado a ser invisible que no me importó. Cosas del oficio, supongo. Bajé al camión y arranqué. Miré la ventana del salón donde se recortaban sus figuras. El sofá parecía cómodo; seguro que se dormía bien en él. Cuando las dos mujeres de mi vida se dieron cuenta de mi ausencia yo ya había puesto rumbo a la pensión más lejana.
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Que bueno!
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¡Gracias!
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