El último unicornio

La capucha de Ethelle se había desprendido y su cabello volaba arriba y abajo agitado por el viento. Nunca había cabalgado tan deprisa así que se agarraba con fuerza a las crines blancas.

—Ya se ve la casa —le dijo al unicornio—. Pronto estarás a salvo.

Un vistazo a las sombras que les perseguían le bastó para saber que no tenían mucho tiempo. El anochecer se acercaba y el último rayo de sol iluminaba el claro del bosque al que se dirigían. Allí, una casita se sostenía a duras penas gracias a las hiedras que trepaban por los muros de piedra. Anexo a ella un pequeño establo les esperaba con la puerta entreabierta.

Ethelle emitió el sonido de las emergencias; el canto agudo y aflautado del autillo. No en vano, la gente del pueblo la habían apodado la lechuza. Aunque ella sospechaba que más bien era por su escasa inclinación a dejarse ver durante el día. Prefería estar con sus caballos. Llevarlos a pastar a las praderas de Ohtam, cuyo verdor se extendía hasta donde alcanzaba la vista, era su trabajo, pero también la manera en la que se mantenía en paz consigo misma. Los malos recuerdos no la acompañaban; se quedaban en la casita donde habían nacido. El mismo hogar del que partieron sus padres hace muchos años para entregar a su hermano a una familia de magos. «Necesitábamos el dinero», le dijeron a la vuelta, «y, además, no nos servía de ayuda; se pasaba el día persiguiendo las moscas». Ante la cara horrorizada de Ethelle, sus padres añadieron para tranquilizarla:

—De ti nunca nos desharemos, querida; tienes un don especial con los caballos.

La puerta del establo se abrió justo a tiempo para que pudieran atravesarla sin bajarse.

—¡Ciérrala, deprisa!

Annthos hizo lo que le pidió su madre. Luego, entre los dos, atravesaron un grueso palo de madera para asegurar que quedara bien trancada. El establo olía a paja y a heces de caballo. Un vaho espeso proveniente del cuerpo caliente de los animales se deslizaba entre el aire gélido y ascendía lentamente hacia el techo. Algunos se giraron para mirarlos, otros masticaban heno fresco o se rascaban la cabeza contra los salientes de las paredes. Ethelle condujo al unicornio entre sus caballos.

—Pasará desapercibido.

Annthos abrió mucho los ojos y dijo que no con la cabeza. Luego, señalo con su dedito hacia el unicornio.

Lejos de camuflarse, el unicornio era aún más visible. Aunque algunos caballos eran de color blanco, ninguno brillaba tanto como él.

—Sabe que es el último —dijo Ethelle—. La magia negra del Señor de las Sombras ha acabado con cualquier vestigio de magia blanca. Solo queda él; ni unicornios, ni hadas, ni siquiera druidas. Cuánto más cerca está de nosotros más brillante se vuelve.

Annthos se tocó la frente con las manos repetidas veces.

—¿El cuerno?

El niño insistió con su gesto.

—Sí, el cuerno es la fuente de todo su poder. Pero… ¡no podemos! —Ethlle sintió una punzada en su corazón—. ¡Lo mataríamos!

Miró al unicornio. Su luz iluminaba toda la estancia.

El niño le entregó una sierra. Ethelle se limpió una lágrima con el dorso de la mano. Sabía que no tenían otra opción. El unicornio la miró y movió su cabeza en gesto afirmativo. Parecía que le estaba dando su consentimiento. Las crines alborotaron la neblina a su alrededor.

—Tal vez podamos esconder el cuerno —dijo pensativa— Su magia estará a salvo hasta que sepamos qué hacer con ella.

El unicornio dobló entonces sus patas para sentarse. Agachó la cabeza apoyando el cuerno en el suelo. Ethelle se acercó y le rodeó con sus brazos. Acarició sus orejas como había hecho millones de veces con sus caballos cuando estaban nerviosos.

—Eres lo más bonito que he visto jamás —le susurró—. Prometo acabar con el Señor de las Sombras. Tu muerte no será en vano.

Un fuerte golpe en la puerta les sobresaltó.

—¡Ya viene! Escóndete, hijo. Pase lo que pase, no salgas.

El niño se metió entre los caballos y Ethelle comenzó a serrar el cuerno del unicornio. La puerta retumbaba con cada golpe. Cada vez insistían con más fuerza.

—¡Entregadme el unicornio y salvaréis la vida! —gritaba al otro lado el Señor de las Sombras—. Sabéis que una simple puerta no es obstáculo para mí.

A medida que la sierra avanzaba, el brillo y la vitalidad del unicornio se iban debilitando. Ethelle se sentía desfallecer. Quitar la vida de un ser tan maravilloso era lo más horrendo que había hecho jamás. El estruendo de una tormenta de granizo golpeó la puerta. Ésta salió disparada contra la pared del fondo.

El cuerno se separó con un leve crujido. Ethelle lo cogió y lo llevó corriendo hacia una esquina del establo. Apartó a canela, el potrillo marrón, y rebuscó entre la paja del suelo unas tablas que estaban sueltas. Era su escondite secreto. Dentro, aún guardaba un mechón de pelo de su hermano. La noche antes de partir habían jurado volverse a encontrar. Se cortaron el pelo, lo ataron con una cinta roja, y se lo intercambiaron como muestra de su alianza. Así, por mucho que cambiaran con el paso del tiempo, podrían reconocerse. Hubo un tiempo que lo llevaba colgado al cuello, pero, por miedo a perderlo, lo había guardado allí, donde nunca nadie lo encontraría. En gesto instintivo escondió el cuerno y agarró el mechón para llevárselo al pecho. Lo besó y se giró.

Un remolino de sombras se adentraba en el establo. Le acompañaba un séquito de hojas secas que revoloteaban a su alrededor. Una imponente figura se fue materializando poco a poco. Su rostro, oculto tras una máscara de cerámica negra, evitaba mostrar que alguna vez fue humano. El Señor de las Sombras había llegado. Su sola presencia fue suficiente para acallar los murmullos de los caballos.

Ethelle retrocedió hasta encontrar la pared tras su espalda. Se quedó agazapada, con las piernas recogidas contra su pecho. Incluso respirar parecía un acto demasiado ruidoso.

El Señor de las Sombras buscó a su alrededor. Aún le dio tiempo de ver cómo se apagaba la última luz del unicornio. Una sonora carcajada atravesó el silencio del establo como si de una espada se tratase.

—Veo que has hecho el trabajo por mí. —Ethelle evitó su mirada—. No tengas miedo, pequeña. El Señor de las Sombras sabe recompensar a sus aliados.

—¡Jamás seré uno de los tuyos! No he matado al último unicornio para ayudarte. Lo he hecho para acabar contigo.

El Señor de las Sombras volvió a reír.

—¿Y crees que arrancándole el cuerno lo has conseguido? Yo venía a hacer lo mismo. Me has ahorrado el fastidioso engorro de tocar ese infame animal. —Comenzó a pasearse por la estancia—. ¿Y bien? —dijo tras hacer una pausa— ¿Dónde está el cuerno?

—Jamás te lo entregaré.

—¡Oh, no temas! Ahora, gracias a ti, es un objeto totalmente inservible, un trofeo. Harás bien en colgarlo en una pared del comedor. Yo podría recomendarte un buen taxidermista.

Ethelle lloraba. Su cuerpo temblaba como hacen las hojas que están a punto de caer. Su mano apretaba con fuerza el mechón de pelo.

—No te creo. Aún tiene la magia de los unicornios.

—¿Dejó de brillar cuando lo cortaste? —El Señor de las Sombras hizo una pausa, pero no esperó a obtener la respuesta—. Sabes que sí. Se apagó como lo hizo el unicornio. Asúmelo; lo has matado. Como también has matado la magia blanca. Solo tú. —Le tendió una mano. No quedaba nada de carne en ella; era todo huesos y tendones sanguinolentos. —Dámelo; te lo mostraré.

—¡Jamás! —gritó Ethelle.

Se levantó de un golpe y se abalanzó sobre él, golpeando su pecho con fuerza. El Señor de las Sombras no se movió. Se limitó a observar cómo se le iban agotando las fuerzas. Luego, la cogió por las muñecas y la hizo parar. La sostuvo un momento antes de levantarla del suelo y arrojarla contra la pared, dejándola inconsciente. Annthos se revolvió inquieto en su escondrijo. Uno de los caballos que le tapaba se movió y lo dejó al descubierto.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo el Señor de las Sombras acercándose a él—. Dos trofeos por el precio de uno. —El niño se levantó y fue corriendo al lugar en donde estaba su madre. Se puso delante de ella en gesto protector—. ¡Pero qué escena más conmovedora! La familia que lucha unida se mantiene unida, ¿verdad? —El Señor de las Sombras comenzó a tararear una canción de cuna—. Lástima que tenga que ser yo quien estropee este momento, chaval. Te diré un secreto: Te han contado una mentira. Nadie te quiere. Ni siquiera tu madre. Tenerte fue inevitable porque de los vientres fértiles nacen los niños. Es un misterio de la naturaleza. Pero, créeme, cuando crezcas más te vale que te apliques o te echará a los cerdos, ¿lo entiendes?

Annthos se mantenía firme en su posición. Las mandíbulas apretadas, los puños cerrados. Ethelle recuperaba la consciencia poco a poco.

—¿Annthos? —llamó débilmente. El niño la tocó con una mano sin perder de vista al Señor de las Sombras—. Vete, Annthos, déjame a mí.

—¿Lo ves, muchacho? Ya no le sirves. Si te apartas puedo acabar con tu sufrimiento con un solo gesto de mi mano. Te libraré de ella antes de que ella pueda librarse de ti. Vendrás conmigo, solo yo puedo ayudarte a ser feliz.

Ante el silencio del niño el Señor de las Sombras levantó un brazo. Una esfera de fuego negro se formó en la palma de su mano

—Como quieras —continuó—. Soy el Señor de las Sombras y puedo seguir conquistando el mundo como hasta ahora: completamente solo.

Se dispuso a lanzarles la bola, pero, antes de que pudiera darse cuenta, Ethelle le lanzó lo primero que tuvo a mano. El mechón de pelo de su hermano fue a parar a los pies del Señor de las Sombras. Éste detuvo el ataque, la bola fuego negro chisporroteaba sobre su huesuda mano. Con la mano que tenía libre buscó algo entre los ropajes, a la altura del pecho. Sacó un mechón de pelo atado con una cinta roja. Parecían mechones gemelos.

—¿Qué significa esto?

Las palabras quebradas apenas eran audibles. Disolvió la bola de fuego y se quitó muy despacio la máscara. Un rostro desfigurado, con la piel quemada pegada a los huesos, apareció ante ellos. Un ejército de moscas zumbaba sobre heridas purulentas. Los gusanos se comían los últimos restos de su carne muerta. Las cuencas de sus ojos desnudas parecieron dirigirles su mirada.

—¿Ethelle? —dijo entonces, su voz ya no atronaba entre los caballos y éstos volvieron a rumiar el heno fresco—. ¿Eres tú?

Ethelle se levantó y se dirigió al Señor de las Sombras. Debajo de tanta maldad podo reconocer al que un día había sido su hermano.

—¿Gendretch? —Recogió el mechón de pelo y se lo entregó—. Sabía que algún día nos encontraríamos de nuevo. Estaba segura.

Los dos hermanos se sostuvieron la mirada durante unos minutos, absortos en sus pensamientos.

—Tanto tiempo… —dijo él.

—¿Por qué no viniste a por mí? —preguntaba ella.

Ninguno de los dos se percató de que Annthos se deslizaba hasta el escondite secreto y sacaba el cuerno del unicornio.

—Nunca pude, la familia de magos que me compró era vendedora itinerante y me llevaron hasta los confines del reino para vender sus pociones mágicas.

—Pero ¿cómo te convertiste en el Señor de las Sombras? ¿Por qué tanta maldad?

—Tú no sabes lo que se siente cuando te abandonan así. El odio se enraíza en tus entrañas. Se hace más fuerte con el paso del tiempo. La sed de venganza comienza a tomar forma en tu cabeza. Y llega el día en que te enteras de que tus padres han muerto, que ya no te puedes vengar. Sin embargo, es demasiado tarde. Necesitas saciar tu odio. Y odias todo cuando ves: las familias, los niños, los arcoíris… Acabar con la magia blanca era hacer que este mundo sufriera tanto como yo. Adiós a la bondad. Adiós a la esperanza. Tal vez así me sentiría mejor.

—¿Nunca pensaste en mí? Yo te quise siempre.

—Tu recuerdo era el más doloroso de todos. Tu rostro se fue velando con el paso de los años hasta convertirse en un borrón de color blanco. Podrías ser una ilusión, un mal sueño, una mala jugada de la memoria. ¿Exististe algún día? Ni yo mismo lo creía.

Ethelle alargó la mano para acariciar el rostro putrefacto de su hermano. Éste dio un paso atrás y se apartó con brusquedad.

—Estoy aquí, Gendretch. Soy de verdad.

En ese momento, Annthos se acercó por detrás y, con la velocidad de un rayo, clavó el cuerno del unicornio en la espalda del Señor de las Sombras. Ethelle gritó horrorizada. El cuerno le había atravesado el cuerpo y salía por su pecho. Tras los primeros momentos de estupor, el Señor de las Sombras se llevó la mano al cuerno y observó cómo la sangre se extendía sobre su ropa. Acto seguido se desplomó.

—¡Oh, Annthos! Pero ¿qué has hecho?

El niño miraba con odio el cuerpo inerte del Señor de las Sombras. Abrió la boca como si quisiera decir algo, pero, como siempre, solo pudo emitir sonidos mudos. Una mancha oscura se extendía por el suelo. El cuerno se puso a brillar. La luz blanca que poco a poco fue tomando fuerza no tardó en cegarlos por completo. Con los ojos entrecerrados pudieron ver al unicornio levantarse del suelo y caminar hacia ellos. Su cuerno parecía brotar de nuevo. La luz, muy lentamente, fue bajando la intensidad hasta que volvió a ser inofensiva. El unicornio se puso a comer los ropajes del Señor de las Sombras. El cuerno clavado en ella había desaparecido. La herida estaba cerrada. Cuando terminó su trabajo, dejó al descubierto un hombre desnudo. El unicornio sacudió su cabeza con brío. Con la pata delantera les indicaba que se acercaran.

—¿Gendretch?

El hombre se giró. Su rostro humano dejaba ver unas facciones hermosas. Sonreía. Su cuerpo sonrosado tenía carne, músculos, piel. Era un hombre al completo.

Afuera, la luna se alzaba majestuosa entre las estrellas. El viento se llevó las últimas sombras más allá del bosque, más allá del océano y los hielos, anunciando a su paso el fin de los tiempos oscuros.

Gendretch se levantó temblando del suelo y miró a su hermana. Ethelle y su hijo se mantenían en pie, con la expresión de quien está ante un milagro. Se acercó a ellos y se fundió con ellos en un largo abrazo.

—Bienvenido a casa —sollozó Ethelle—. Bienvenido a casa.

#52 retos de escritura para 2018

4 respuestas a “El último unicornio

Add yours

  1. Un relato de Fantasía que te ha salido redondo. Un momento clave que podría ser el climax de una novela, ese momento en el que el héroe y el villano deben tomar decisiones, en los que se muestran como las dos caras de una misma moneda. Enhorabuena porque este es un género complicado para un relato y me voy con la sensación de haber leído una historia de principio a fin. Un abrazo!!

    Le gusta a 2 personas

    1. Pues no sabes lo que me alegro que te haya gustado. Últimamente escribo tantos micros, y me siento tan bien haciéndolos, que se me hace un mundo pasar de las 500 palabras. Lo bueno del reto literup es que te da la oportunidad de practicar con técnicas y géneros que nunca te hubieras atrevido a tocar. ¡Gracias por pasar!

      Me gusta

Deja un comentario

Crea una web o blog en WordPress.com

Subir ↑